el canto del cuco
En mi infancia, entre las muchas historias que los mayores contaban, se encontraba la del canto del cuco: “Su canción trae a nuestros campos la primavera”.
El cuco deja de escucharse en la península Ibérica en septiembre, marchando al África subsahariana y sudeste asiático para regresar a nuestras tierras a finales de marzo. En tiempos pasados, cuando la vida era otra, sus primeras melodías llenaban de alegría a los trashumantes ¡El reencuentro con la familia estaba cerca! “A tu tierra serrano que, ya canta el cuco; no esperes a que lo haga el abejaruco”. El abejaruco nos visita también por primavera, pero un poquito más tarde que el cuco.
En
las regiones de invernada: Andalucía, Extremadura, La Mancha… se les llamaba y
se les sigue llamando serranos a todos los ganaderos que procedentes de climas
fríos (las sierras), visitan nuestros pastos en invierno: sorianos, turolenses,
asturianos, burgaleses, cántabros, riojanos…
Con
la venida de la primavera, en las majadas, comenzaban los “preparativos de
marcha”. Pelaban las caballerías, con cuyas crines y colas confeccionaban:
sogas, lazos para atrapar conejos, perchas para cazar pequeñas aves… aunque en el acuerdo de venta de pastos
quedaba claro que la caza era de aprovechamiento exclusivo por parte de la
propiedad.
La recolección de plantas medicinales era otra
de las actividades a realizar: manzanilla, tomillo, lavanda, diente de león, orégano,
corteza de sauce y olmo, ortigas, amapolas, escaramujo, caléndula… cada una de
estas hierbas tenía su aplicación. Saberes qué pasaron de generación en
generación, que se perdieron y que continúan perdiéndose. Ya Columela, escritor agronómico de la antigua
Roma, nacido en Cádiz, aproximadamente en el año en que lo hizo Jesucristo,
denunciaba este mal refiriéndose a la agricultura, pero que era extensible a la
ganadería: “solamente la agricultura, que sin duda alguna está muy cerca de la
sabiduría, y tiene cierta especie de parentesco con ella, carece de discípulos
que la aprendan y de maestros que la enseñen”. Maestros los hay: ganaderos y
agricultores que han ido acumulando experiencias y vivencias a lo largo de los
años. Discípulos también, pero les estamos impidiendo el paso con infinidad de
trabas. Con la muerte de un maestro se quema una biblioteca.
Los
preparativos de la partida eran numerosos, el camino pesado, y largo el
recorrido a realizar, por lo que había que tomar tiempo, según la distancia a
recorrer. Si se andaba toda la cañada real soriana oriental, la más larga de
España, los kilómetros a caminar eran de unos 800. Esta vía pecuaria arranca en
el municipio de Yanguas (Soria) y termina en las dehesas sevillanas. Por el
contrario, si el desplazamiento era a las Sierras de Cazorla, Segura y las
Villas, en unas 8 ó 10 jornadas se cubría el trayecto. La fecha del fin de la
invernada venía en el contrato y no era prorrogable. Hoy, la vida está sujeta a
otros avatares muy distintos a los de antaño.
Hasta
el año 1891, en que se habilitaron los primeros trenes para el ganado, la
trashumancia ovina y caprina era exclusivamente a pie. Los vagones constaban de
tres pisos. Cada uno de estos pisos tenía capacidad para unas 100 ovejas más o
menos, dependiendo de si estaban esquiladas o no y del grado de gestación. Para
reservar una expedición había que contratar, como mínimo, 10 vagones. Los
ganaderos se unían para completar un tren. A la hora acordada, todos los
ganados debían estar en la estación de embarque. Los viajes en tren eran
parciales, teniendo que realizar la parte inicial y final de la “muda” a pie, por lo que
no se podía prescindir de las acémilas (animales de carga) el tren supuso
acortar en muchas jornadas la trashumancia. Para trasportar las caballerías
había vagones de un solo piso donde se acomodaban unos 20 animales. Embarcar el
ganado caballar, debido al temperamento de estos, eran complicado. El caballar fue
sustituido por asnos, especie más dócil, ocupaban menos espacio y realizaban tareas
parecidas. Un vagón similar al utilizado por los equinos servía para el acomodo de pastores, hatos y perros, donde sentados o tumbados en el suelo transcurría el viaje . Durante unos años convivieron los
desplazamientos en tren y camión. El trasporte ferroviario de ganado terminó a
final del siglo XX. A finales de los 60
muy pocos realizan la trashumancia a pie en su totalidad. El trasporte por carretera
acorta la vereda a unas horas y, algo muy importante: no está sujeto a ningún
calendario. En la actualidad, se pueden contar con los dedos de las manos los que hacen la totalidad de la
trashumancia a pie. Y con los dedos de una mano los que mueven sus ganados a
largas distancias.
Si
eres observador y tienes la fortuna de hacer la trashumancia de largo
recorrido a pie, es algo que no olvidarás. Los sonidos campestres van variando. El canto
de la chicharra en junio en Sierra Morena disminuye a medida que nos
acercamos a tierras altas. La vegetación se seca y las flores desaparecen, resurgiendo
paulatinamente con la primavera en las montañas. La flora, la fauna, las
costumbres, son diferentes. Atraviesas territorios donde animales y hombres
buscan la sombra. A un tiro de piedra, el frío recorre el cuerpo y hay que tomar la chaqueta. En el pueblo, los viejos
sentados al sol y el humo de las chimeneas indican que estamos en otro clima.
Imprégnate de todo lo que supone el camino: paisaje, costumbres, maneras de
hablar; usa la imaginación y reproduce en tu mente lo que supuso en el pasado
mover los grandes rebaños. Algo que siempre hago, si tengo oportunidad, es
degustar alguna comida típica en un bar de pueblo; no en un restaurante para
turistas. No te olvides de papel y bolígrafo para recoger tus experiencias. No
te obsesiones con las fotos; convive, observa, imprégnate de esa sabiduría. Posiblemente,
no tendrás otra oportunidad. ¡Buena verea!
Autor: Antonio Rodríguez Rodríguez / veterinario / ganadero / pastor
Blog: https://vidapastoril.blogspot.com/
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